domingo, 15 de abril de 2007

Bucarofagia, comer arcilla


El sábado 14 de abril del 2007 El Pais publicó una nota sobre un trabajo mío en el suplemento de Salud. La adjunto abajo.


HISTORIAS MÉDICAS
Por José Ángel Montañés

Comer arcilla en el Siglo de Oro

Tras la restauración a la que fue sometida en 1984 Las meninas, la obra más fa­mosa de Velázquez y una de las más destacadas del arte uni­versal, la pintura recuperó el aspec­to que tenía en 1656 cuando el artis­ta sevillano la pintó, y permitió ver detalles que el barniz envejecido ha­bía ocultado durante siglos. Uno de ellos era el recipiente de cerámica que una de las damas de compañía (menina), ofrece ala infanta Marga­rita en el centro de la obra, y que se creía de cristal. ¿Cómo en un am­biente lujoso como la corté aparece una jarra de barro, que además se sirve sobre un azafate de oro? ¿Se ofrece sólo agua fresca, o algo diferente? se preguntó Natacha Seseña, especialista en ce­rámica popular, al obser­var el cuadro restaurado. Tras investigar en textos de cronistas y literatos, Seseña llegó a la conclu­sión de que el objeto era un búcaro, un recipiente de barro rojo y oloroso que además de refrescar y perfumar el agua, se inge­ría en trozos una vez se ha­bía bebido el agua que contenía.

Que alguien coma arcilla remite, en primera instancia, a sociedades prehistóricas o poco desarrolladas, pero en los siglos XVI, XVII Y XVIII fue una práctica muy extendi­da entre las damas de la corte española. El fin: controlar la menstrua­ción, retrasarla o hacer disminuir el flujo, pues creían que de esa manera prolonga­ban la acción seminal y, por lo tan­to, había más posibilidades de fe­cundación. Además obtenían una piel blanca, muy de moda entonces, y conseguían un cierto tipo de eva­sión, algo parecido a los efectos de una droga, que les hacía superar el aburrimiento.

Para Seseña los efectos de su in­gestión, lo que ella llama “bucarofagia”, hacía de estos recipientes, que provenían de zonas concretas como Estremoz, en Portugal, la comarca de Tierra de Barros, en Badajoz, y el estado de Jalisco, en México, unos objetos muy apreciados.

Esta curiosa práctica quedó reflejada en la literatura del Siglo de Oro y en pinturas como Las meninas. Madame D’Aulnoy tras viajar por España en el siglo XVII escribe: “Hay señoras que comían trozos de arcilla... tienen una gran afición por esta tierra, que ordinariamente les causa una opilación; el estómago y el vientre se les hincha y se ponen duros como piedra, y se les ve amarillas como membrillos... Si uno quiere agradarlas, es preciso darles esos búcaros, que llaman barros; y a menudo sus confesores no les imponen más penitencia que pasar todo el día sin comerlos”. Sor Estefanía de la Encarnación en 1631 reconoce: “como lo había visto comer en casa de la marquesa de la Laguna... dio en parecerme bien y en desear probarlo". Lo probó y "un año entero me costó quitarme de ese vicio", si bien "durante ese tiem­po fue cuando vi a Dios con más cla­ridad". Covarrubias en su dicciona­rio califica comer barro como "golo­sina viciosa", y Góngora en sus Letri­llas satíricas escribe: "que la del co­lor quebrado culpe al barro colora­do, bien puede ser; mas que no entendamos todos que aquestos ba­rros son lodos, no puede ser".

Seseña ha analizado estas pie­zas, y ha comprobado la presencia de pequeñas cantidades de mercurio (cuya ingestión puede causar da­ños en el sistema nervioso, reaccio­nes alérgicas, irritación de la piel, cansancio, dolor de cabeza e incluso abortos) y arsénico.

El remedio médico para acabar con este estado no era menos sor­prendente: "tomar acero" o "agua acerada", es decir, beber agua en la que se había hundido una barra de hierro candente que debía tomarse en ayunas, tras lo cual, se recomen­daba un paseo para aumentar la efi­cacia del jarabe. Así lo recoge en 1606 Lope de Vega en El Acero de Madrid, en el que un músico canta: "Niña de color quebrado, o tienes amor o comes barro", y un criado, que finge ser médico, recomienda a la protagonista, que dice estar opila­da, "que tome hasta media escudilla reposada del agua acerada".

Para Seseña no hay duda de que Velázquez reflejó en Las meninas el ofrecimiento de uno de esos búcaros, pero no se atreve a afirmar que la infanta, apenas una niña, lo comiera tras beberse el agua. No obstante añade que el juego de mira­das del cuadro permite ver cómo la infanta mira a su madre al recibir el jarro y la reina le regaña con la mira­da, ¿por qué?, ¿porque el agua esta­ba demasiado fría o porque era de­masiado joven para iniciarse en una práctica poco recomendable?

viernes, 9 de febrero de 2007

AFIRMACIÓN

Fue el primer día de las vacaciones. Julio se ensanchaba por la playa en sol radiante y redondo calor. Con timidez de piel blanca y ciudadana, me senté en la orilla y al poco rato ya la estaba observando: Qué francesa tan mona, tiene un aire a lo Twiggy con su pelo corto y rubio. ¡Qué hermosa delgadez! No me vendría mal adelgazar un poco a mí. ¿Qué años tendrá? Si yo hubiera tenido una hija a los dieciséis años, esa chica de movimientos largos podría ser mía. Tengo que reconocer que miro a esas muchachas con talante distinto.

Se metió en el agua lentamente. Nadaba con calma, como relamiéndose. ¡Claro, a estas extranjeras no les pasa como a nosotras, con mil tabús sobre cada pecho y en cada poro del cuerpo! Mírala, está encantada. Además, nada bien Y se va lejos sin ningún temor.

Salió del agua con tranquilidad, sin carreritas tontas ni atolondrado y falso pudor. Una toalla de brillantes colores, recibió el contacto de su piel joven y mojada, y sirvió de contraste para su bikini rojo. Se peinó su pelo de muchacho bien cortado... Me lo debía de cortar, aunque quizás ya no me vaya tan corto... Debe de tener unos veinte años, seguramente trabajará en alguna oficina de París o quizás es estudiante. Es muy joven, pero seguro que ya conoce el amor, y hasta tomará las pastillas para no tener un hijo medio español. Es justo el tipo que gusta a mis compatriotas, A ella le debe de importar una friolera lo que ellos piensen de si es o no trigo limpio. Disfrutará con su cuerpo que ahora se barniza de sol mediterráneo.

Se puso una blusa morada de manga larga y se fue marchando con la misma tranquilidad que había tenido mientras yo la observaba.

Me despertaron unos ruidos extraños como de pasos. Esta casa debe de tener duendes. Voy a abrir un poco la ventana. ¡Qué bien oír el mar! Esta ahí.

Por el caminillo entre los naranjos venía un coche que paró justo detrás de la casa. Sus faros iluminaban el camino. ¡La chica de esta mañana .Claro, con una minifalda tan mona. Pues son las tres, Qué bien lo deben pasar! ¿Pero por qué sigue sola el camino iluminado por los faros del coche que la traía? ¿Es que el chico no la acompaña? No habrá sitio en el coche.

Desapareció en la sombra donde el camino tuerce para encontrarse con los limoneros.

Al día siguiente volví a verla en la playa. Repitió el mismo rito de la mañana anterior. Se lo turbaron dos coches de Madrid con dos de esos jóvenes dinámicos y emprendedores que abundan en la capital: tropa de la tecnocracia, ribetes del capitalismo en el lomo. Los vio llegar sin inmutarse. Son guapos estos españoles, están más distendidos. Te harán bien el amor, rubia francesita, seguro que lo pasas bien. Duró poco la charla, quizás fue una cita para bailar por la noche.

La muchacha quedó sola de nuevo y volvió a cobijarse bajo el sol.

La sorpresa la tuve al día siguiente. A través de mis hijas, conocí a unas señoras, nacidas en el pueblo, con dinero amasado en el turismo de hoy y con naranjos de sus abuelos.

- Es la primera vez que Vd., que tú, que Vd., bueno, nos llamamos de tu- vienes por aquí! Esto es muy tranquilo. ¡Que rica es tu hija! Aquí nos conocemos todos, somos como familia. Si, el alquitrán es molesto. Mi marido llegó anoche en el Dodge. Mira, ya viene. Gordo y levantino armado de buen transistor y toma-vistas. Todos los instrumentos del status. Me van a fastidiar esta gente, pero como a las niñas les gusta jugar con sus hijos.
- Me distrajeron con su charla gallinácea. Cuando me di cuenta, la chica rubia ya se había instalado. Su presencia fue captada inmediatamente por el radar pueblerino de las gentes que me rodeaban. Noté como un malestar: ¡ya esta aquí esta niña, se podía sentar más lejos! Anda, que tiene un cuajo...

Como estaba más cerca, oí cómo hablaba con un chico veraneante: melenilla y gracia en sus movimientos jovencísimos. Hablaba español perfectamente, tan bien que dudé por primera vez de que no fuera extranjera.

¿Sería de verdad producto de la tierra?

Me emancipé un poco de la compañía, ¡mira que son pesadas estas señoras! No tengo nada en común con ellas.

Nadé un rato con gozo de sentir mi cuerpo todavía ágil y joven. Al salir del agua y mientras me acomodaba el sol, encendí un cigarrillo. ¡Qué deleite fumar con la cara mojada de agua del mar! Estaba mi cigarrillo a la mitad, cuando la chica del bikini rojo se acercó a mi con una gran sonrisa.
- Me da fuego, por favor.
- Pues claro, aquí está.

Ella llevaba el cigarrillo a la izquierda pero al encendérselo hizo un gesto como para proteger la llama con su mano derecha... pero no era una mano..., era un delgado muñón de donde surgían tres proyectos fallidos de dedos... Era como un sarmiento. Estaba allí a pocos centímetros de mis ojos.
- Muchas gracias.
- De nada.

La vi alejarse y noté que mis ojos no se despegaban de su mano... Me fascinó la forma de no ocultar su horrible muñón. Recordé aquella otra chica de la ciudad de mi madre que toda su vida llevó un suéter colgado del brazo y ocultaba así una mano fracasada como la de esta chica rubia.

Indagué entre las gallináceas.
- ¿Habéis visto esta chica tan mona? ¿Qué le ha pasado en la mano?
- ¡Ay, hija! Es de nacimiento. Sólo tiene tres dedos.
- Es admirable, no tiene ningún complejo.
- ¡Uy, complejo, esa! ¡Menuda es!
- ¿La conocéis, es española?
- Ya lo creo que la conocemos, es muy conocida. Sí, sí, es del pueblo. Siempre anda por ahí con extranjeros. Es una fresca.
Me senté ensimismada y llena de alegría. Una chica de pueblo, con mano seca que exhibía y se atrevía a enseñarla.


HORNADA
9 de febrero del 2007