El sábado 14 de abril del 2007 El Pais publicó una nota sobre un trabajo mío en el suplemento de Salud. La adjunto abajo.
HISTORIAS MÉDICAS
Por José Ángel Montañés
Comer arcilla en el Siglo de Oro
Tras la restauración a la que fue sometida en 1984 Las meninas, la obra más famosa de Velázquez y una de las más destacadas del arte universal, la pintura recuperó el aspecto que tenía en 1656 cuando el artista sevillano la pintó, y permitió ver detalles que el barniz envejecido había ocultado durante siglos. Uno de ellos era el recipiente de cerámica que una de las damas de compañía (menina), ofrece ala infanta Margarita en el centro de la obra, y que se creía de cristal. ¿Cómo en un ambiente lujoso como la corté aparece una jarra de barro, que además se sirve sobre un azafate de oro? ¿Se ofrece sólo agua fresca, o algo diferente? se preguntó Natacha Seseña, especialista en cerámica popular, al observar el cuadro restaurado. Tras investigar en textos de cronistas y literatos, Seseña llegó a la conclusión de que el objeto era un búcaro, un recipiente de barro rojo y oloroso que además de refrescar y perfumar el agua, se ingería en trozos una vez se había bebido el agua que contenía.
Que alguien coma arcilla remite, en primera instancia, a sociedades prehistóricas o poco desarrolladas, pero en los siglos XVI, XVII Y XVIII fue una práctica muy extendida entre las damas de la corte española. El fin: controlar la menstruación, retrasarla o hacer disminuir el flujo, pues creían que de esa manera prolongaban la acción seminal y, por lo tanto, había más posibilidades de fecundación. Además obtenían una piel blanca, muy de moda entonces, y conseguían un cierto tipo de evasión, algo parecido a los efectos de una droga, que les hacía superar el aburrimiento.
Para Seseña los efectos de su ingestión, lo que ella llama “bucarofagia”, hacía de estos recipientes, que provenían de zonas concretas como Estremoz, en Portugal, la comarca de Tierra de Barros, en Badajoz, y el estado de Jalisco, en México, unos objetos muy apreciados.
Esta curiosa práctica quedó reflejada en la literatura del Siglo de Oro y en pinturas como Las meninas. Madame D’Aulnoy tras viajar por España en el siglo XVII escribe: “Hay señoras que comían trozos de arcilla... tienen una gran afición por esta tierra, que ordinariamente les causa una opilación; el estómago y el vientre se les hincha y se ponen duros como piedra, y se les ve amarillas como membrillos... Si uno quiere agradarlas, es preciso darles esos búcaros, que llaman barros; y a menudo sus confesores no les imponen más penitencia que pasar todo el día sin comerlos”. Sor Estefanía de la Encarnación en 1631 reconoce: “como lo había visto comer en casa de la marquesa de la Laguna... dio en parecerme bien y en desear probarlo". Lo probó y "un año entero me costó quitarme de ese vicio", si bien "durante ese tiempo fue cuando vi a Dios con más claridad". Covarrubias en su diccionario califica comer barro como "golosina viciosa", y Góngora en sus Letrillas satíricas escribe: "que la del color quebrado culpe al barro colorado, bien puede ser; mas que no entendamos todos que aquestos barros son lodos, no puede ser".
Seseña ha analizado estas piezas, y ha comprobado la presencia de pequeñas cantidades de mercurio (cuya ingestión puede causar daños en el sistema nervioso, reacciones alérgicas, irritación de la piel, cansancio, dolor de cabeza e incluso abortos) y arsénico.
El remedio médico para acabar con este estado no era menos sorprendente: "tomar acero" o "agua acerada", es decir, beber agua en la que se había hundido una barra de hierro candente que debía tomarse en ayunas, tras lo cual, se recomendaba un paseo para aumentar la eficacia del jarabe. Así lo recoge en 1606 Lope de Vega en El Acero de Madrid, en el que un músico canta: "Niña de color quebrado, o tienes amor o comes barro", y un criado, que finge ser médico, recomienda a la protagonista, que dice estar opilada, "que tome hasta media escudilla reposada del agua acerada".
Para Seseña no hay duda de que Velázquez reflejó en Las meninas el ofrecimiento de uno de esos búcaros, pero no se atreve a afirmar que la infanta, apenas una niña, lo comiera tras beberse el agua. No obstante añade que el juego de miradas del cuadro permite ver cómo la infanta mira a su madre al recibir el jarro y la reina le regaña con la mirada, ¿por qué?, ¿porque el agua estaba demasiado fría o porque era demasiado joven para iniciarse en una práctica poco recomendable?
HISTORIAS MÉDICAS
Por José Ángel Montañés
Comer arcilla en el Siglo de Oro
Tras la restauración a la que fue sometida en 1984 Las meninas, la obra más famosa de Velázquez y una de las más destacadas del arte universal, la pintura recuperó el aspecto que tenía en 1656 cuando el artista sevillano la pintó, y permitió ver detalles que el barniz envejecido había ocultado durante siglos. Uno de ellos era el recipiente de cerámica que una de las damas de compañía (menina), ofrece ala infanta Margarita en el centro de la obra, y que se creía de cristal. ¿Cómo en un ambiente lujoso como la corté aparece una jarra de barro, que además se sirve sobre un azafate de oro? ¿Se ofrece sólo agua fresca, o algo diferente? se preguntó Natacha Seseña, especialista en cerámica popular, al observar el cuadro restaurado. Tras investigar en textos de cronistas y literatos, Seseña llegó a la conclusión de que el objeto era un búcaro, un recipiente de barro rojo y oloroso que además de refrescar y perfumar el agua, se ingería en trozos una vez se había bebido el agua que contenía.
Que alguien coma arcilla remite, en primera instancia, a sociedades prehistóricas o poco desarrolladas, pero en los siglos XVI, XVII Y XVIII fue una práctica muy extendida entre las damas de la corte española. El fin: controlar la menstruación, retrasarla o hacer disminuir el flujo, pues creían que de esa manera prolongaban la acción seminal y, por lo tanto, había más posibilidades de fecundación. Además obtenían una piel blanca, muy de moda entonces, y conseguían un cierto tipo de evasión, algo parecido a los efectos de una droga, que les hacía superar el aburrimiento.
Para Seseña los efectos de su ingestión, lo que ella llama “bucarofagia”, hacía de estos recipientes, que provenían de zonas concretas como Estremoz, en Portugal, la comarca de Tierra de Barros, en Badajoz, y el estado de Jalisco, en México, unos objetos muy apreciados.
Esta curiosa práctica quedó reflejada en la literatura del Siglo de Oro y en pinturas como Las meninas. Madame D’Aulnoy tras viajar por España en el siglo XVII escribe: “Hay señoras que comían trozos de arcilla... tienen una gran afición por esta tierra, que ordinariamente les causa una opilación; el estómago y el vientre se les hincha y se ponen duros como piedra, y se les ve amarillas como membrillos... Si uno quiere agradarlas, es preciso darles esos búcaros, que llaman barros; y a menudo sus confesores no les imponen más penitencia que pasar todo el día sin comerlos”. Sor Estefanía de la Encarnación en 1631 reconoce: “como lo había visto comer en casa de la marquesa de la Laguna... dio en parecerme bien y en desear probarlo". Lo probó y "un año entero me costó quitarme de ese vicio", si bien "durante ese tiempo fue cuando vi a Dios con más claridad". Covarrubias en su diccionario califica comer barro como "golosina viciosa", y Góngora en sus Letrillas satíricas escribe: "que la del color quebrado culpe al barro colorado, bien puede ser; mas que no entendamos todos que aquestos barros son lodos, no puede ser".
Seseña ha analizado estas piezas, y ha comprobado la presencia de pequeñas cantidades de mercurio (cuya ingestión puede causar daños en el sistema nervioso, reacciones alérgicas, irritación de la piel, cansancio, dolor de cabeza e incluso abortos) y arsénico.
El remedio médico para acabar con este estado no era menos sorprendente: "tomar acero" o "agua acerada", es decir, beber agua en la que se había hundido una barra de hierro candente que debía tomarse en ayunas, tras lo cual, se recomendaba un paseo para aumentar la eficacia del jarabe. Así lo recoge en 1606 Lope de Vega en El Acero de Madrid, en el que un músico canta: "Niña de color quebrado, o tienes amor o comes barro", y un criado, que finge ser médico, recomienda a la protagonista, que dice estar opilada, "que tome hasta media escudilla reposada del agua acerada".
Para Seseña no hay duda de que Velázquez reflejó en Las meninas el ofrecimiento de uno de esos búcaros, pero no se atreve a afirmar que la infanta, apenas una niña, lo comiera tras beberse el agua. No obstante añade que el juego de miradas del cuadro permite ver cómo la infanta mira a su madre al recibir el jarro y la reina le regaña con la mirada, ¿por qué?, ¿porque el agua estaba demasiado fría o porque era demasiado joven para iniciarse en una práctica poco recomendable?