En  este mayo isidril  se cumplen 11 años de la Feria de la Cacharreria que se celebra en la Plaza de las Comendadoras. Parecerá a los más jóvenes que esa feria es algo tradicional en Madrid. Sin embargo, lo  tradicional era que se vendieran cacharros alrededor de la ermita de  San Isidro, donde se siguen vendiendo. Lo de la Plaza de las  Comendadoras es un "invento" de quien esto escribe espoleada la  imaginación por la propuesta  del Alcalde socialista Tierno Galván y  del concejal Enrique Del Moral. De todas las maneras, el "invento"  estaba basado en realidades que ahora cuento. 
En el Fuero de Madrid de 1202 no aparece entre los varios oficios  citados el de alfareros. Brillan por su ausencia los olleros, los  canteros, los loceros, incluso los tejeros y ladrilleros. Pero  haberlos,  los había. Se demuestra así que este" oficio  vil" del barro   queasí lo llamaban  le ha costado  entrar a codearse con otras  profesiones que usaban también las manos pero con materiales más  nobles: plata, seda, hilos de oro... Trabajar con las manos y con barro   fue considerado como oficio bajo y rastrero durante todo el Antiguo  Régimen. (¡Alfareros marginales como sus obradores y, sin embargo, tan  sabios y con tanto conocimiento! Ojalá que los Museos Etnográficos  guarden memoria en grabaciones y videos de los rastros de este noble  oficio).
Los tejeros y ladrilleros son nombrados en la Ordenanza de la Villa de  1500. En los  arrabales de  aquel Madrid  de barro y  poca  piedra, se situarían las tejerías en lugares abiertos y ámplios, para que el sol  seque la obra recien hecha y se apile el ramón de los hornos. Estaban  en lo que andando el tiempo se llamó Puerta Cerrada. Justamente en la  calle de Barrionuevo, hoy Conde de Romanones, hubo unas famosas  tejerías. A medida que Madrid crecía, las tejerías se iban alejando del  centro. Hubo muchas, entre ellas Las Tejeras, en lo que fue primitivo y  castizo  barrio de Chamberí, hoy tan yuppi y lujoso.
FelipeII,convierte a Madrid en capital.Sabido es que la capitalidad  supuso un crecimineto importante de la población y que las casas se  extendieron por los llanos campos de los alrededores madrileños. La  construcción de estas viviendas daría buen trabajo a todo un ramo del  barro, porque eran casas terrizas, casas de un solo alto, conocidas  como casas "a la malicia",  no porque el "pecado" se aposentara en  ellas, sino para escapar al impuesto o "regalía de aposento", que  gravaba las que tenían más de una planta.
Peroen estas casas tristonas y poco aparentes,que sorprendían a los  viajeros que se dejaban caer por Madrid, ¿qué cacharros usaban en la  cocina y comedor?. En los 37 gremios censados  en la Villa en 1622,  aparece ya el de alfareros, aunque no tenemos noticia de dónde estaban  sus talleres ni descripción de su mercancía, pero sí de que los  cofrades del Gremio tenían que sacar el Paso de la Vera Cruz de la  ermita de Nuestra Señora de Gracia.  Debemos, por tanto, suponer que  fabricarían pucheros y ollas de vidriado plumbífero y también menage de loza. Sabemos por un Arancel de precios de 1681 que había una  "escudilla de Madrid del baño blanco" que costaba 7 maravedís; un  "plato grande", de 14 y una "jofaina", de medio real. Bien barato, si  lo comparamos con el precio del pan, que costaba 21 maravedís el kilo,  y el aceite, que costaba 61 el litro.
Sin embargo, lo que en  Madrid se utilizaba  en casas y figones para el   día a  día eran cacharros venidos  de la provincia. Y aquí las labores
de Alcorcón son protagonistas. De allí venían sus famosos pucheros, sus  cazuelas, sus barreños y sus cántaros, ya que allí se fabricaban tanto  para agua como para fuego. Grande fue la fama de la cacharrería de  Alcorcón, demostrada en la abundancia de citas literarias, desde Lope  de Vega hasta Eugenio Noel.Lope, en Al pasar del arroyo, escribe:"Muy  delgado hermano, eres/ A tales hombre despachan/ por mujeres a  Alcorcón/ que de barro se los hagan..." Todos los habitantes  alcorconeros  200 en el siglo XVIII   se dedicaban a la producción de  barril, y todo se vendía en la capital compitiendo con Camporreal    "mantequera,  ollas"    Chinchón,  Navalcarnero,  Alcalá  de Henares    aunque los barreños amarillos alcalaínos se orientaban más al mercado  aragonés , Valdemorillo, Villarejo, Almonacid, Fuentelaencina... El  agua de Madrid se refrescaba en los blancos botijos de Ocaña y se  almacenaba, al igual que el vino, en las hermosas tinajas de Colmenar  de Oreja. Y "de lo fino"  la palma se la llevaban Talavera, Puente del  Arzobispo y Manises.
De las fábricas reales del Buen Retiro y Moncloa,y  sus porcelanas,me  ocuparé en otra ocasión. Los madrileños compraban los cacharros  enlos  mercados de las Plazas del Alamillo y de la Paja, en Puerta de Moros,  en las Vistillas y en las inmediaciones de la Puerta de Toledo y en la  de San Vicente. Las lozas y barros se vendían, en cajones y tinglados  que se armaban en esos puntos de la ciudad, junto a las hortalizas y  otras mercancías de consumo cotidiano llegadas  a la Villa, entre paja  y a lomos de mulas o en modestos carromatos guiados por labradores y  trajinantes. Las labores de barro de los pueblos alfareros limítrofes y  las lozas decoradas de Talavera y de Manises  ya en el siglo XIX , se  disponían apiladas o extendidas en los improvisados puestos. El cartón  de Goya, "El Cacharrero", es una ilustre prueba iconográfica de este  sistema de venta tradicional. No existían "tiendas" donde se despachase  alfarería, ni incluso, se la cita en el Bando de policía de 1591, que  regula las condiciones para el disfrute de puestos de venta fijos en  los soportales de la Plaza Mayor, y en las calles de Toledo, Mayor y  Atocha, mientras que las mercaderías de otros oficios sí son nombradas  en el citado Bando.
La escasez de alfares en Madrid es probada en la inexistencia de calles  cuyos nombres aluden a la concentración en ella de talleres e  industrias que alcanzaron importancia, tales como Cedaceros,  Cuchilleros, Cabestreros, Curtidores... A diferencia de otros lugares  con tradición cerámica importante, en Madrid no ha habido, que yo sepa,  calle de Alfares,ni de Alfarerías, ni de Ollerías, como hubiera  ocurrido de haber tenido la villa más "aplicación" a la cerámica, como  dice Larruga. Precisamente el ilustrado autor nos proporciona valiosas  noticias sobre  la  situación  en el  siglo XVIII. Existía la fábrica  de  loza de  Don Vicente Entregues, situada en el corralón de los  Agonizantes de la calle de Atocha, dónde se fabricaban azulejos,  seguramente al modo talaverano. La fábrica de Gabriel Reato  y la de  Joseph Velasco, fracasaron en la fabricación de loza y hubo de  contentarse fabricando caños, arcabuces y coladeras para el salitre.  Era dificil, parece, competir con Talavera y  Toledo en la fabricación  de loza. Una vez más se demuestra cómo la carencia de una tradición no  puede ser improvisada. No en vano, dónde ha existido esa tradición  cerámica pueden triunfar empresas innovadoras. Si Triana y Talavera, a  modo de ejemplo, pudieron actualizar sus producciones al estilo  renaciente que trajo Niculoso Pisano,en el siglo XVI, se debió a una  mano de obra ducha y numerosa y a un conocimiento de los secretos del  oficio, indicadores de una fuerte tradición anterior. Lo mismo puede  decirse de la obra "estampada" de Pickman en La Cartuja de Sevilla, ya  en el siglo XIX.
Volviendo a Larruga, don Eugenio nos informa de las fábricas de Ramón  Carlos Rodríguez, con talleres en la calle Lavapiés y en la de San  Carlos, que fabricaron loza de buenas hechuras para los conventos de  Capuchinos, Franciscanos y Trinitarios de la capital, y que hacían  también cacharros de cocina tan resistentes como los de Alcorcón. El  propio Larruga las visitó y conversó con el amo, en lo que me atrevo a  decir fue la primera investigación de campo sobre la cerámica madrileña   de sesgo popular.
Bienvenida sea esta XI Feria de la Cacharrería en la hermosa Plaza de las Comendadoras, no lejos de la  casa de las Arrepentidas que existió  entre la calle de San Benardino y San Leonardo y de La Galera  cárcel  de mujeres  de la Calle San Bernardo. Barrio de mujeres, pues, de  suspiros, de risas, de reflexiones, de escrituras y secretos que antes  y ahora ocurren entre pucheros, ollas, jarras y lebrillos como atrezzo más habitual.
El País