sábado, 27 de marzo de 2010

El Vicio del Barro en el Diario Los Andes - Perú


Comer barros

Edgardo Rodríguez Gómez

Muy arraigada en el subconsciente cristiano pervive aquella idea acerca de nuestro humano origen a partir de partículas de polvo a las que la divinidad habría insuflado vida. Desde nuestros inicios estaríamos así vinculados estrechamente al planeta llamado Tierra, un organismo viviente, en el que no sólo habitamos su superficie sino del que formamos parte en tal grado, que explicaría el nombre que lleva nuestra especie: Humano viene de humus, es decir tierra fértil, tal como lo recordaba hace pocos meses Leonardo Boff en una conferencia sobre las Tres ecologías.

Aparentemente, lo que ya no resulta tan asumido por creyentes y no creyentes es que si somos tierra, vayamos a comérnosla. La geofagia, sin embargo, constituye una costumbre extendida entre diferentes culturas y suele estar relacionada con ciertas prácticas medicinales sean tradicionales o científicas.

Comer tierra suele conllevar múltiples significados dependiendo del contexto cultural de quien lo practique y de quien observe la práctica. Por parte de estos últimos, lo habitual ha sido –y creo que sigue siéndolo- hacer recaer en ella críticas de diverso calibre al considerarse que ingerir polvo o barro no resulta del todo higiénico o es definitivamente pernicioso para la salud de quien los consume.

Otro significado, vinculado esta vez con la extrema pobreza, fue alcanzado en un seminario sobre el nuevo escenario político en América Latina organizado desde la Cátedra Ignacio Ellacuría de la Universidad Carlos III en la Feria del Libro de Madrid del año 2008, cuando un experto latinoamericanista, el profesor de origen chileno Marcos Roitman, transmitía a los asistentes su constatación de que la situación de Haití había llevado a su población famélica a elaborar y basar parte de su dieta en “tortas de barro”. Distinto sería el significado a descubrir ese mismo año cuando comencé a trabajar con la historiadora del arte Natacha Seseña, en la revisión de un libro suyo que viene de ser publicado: El vicio del barro.

Natacha Seseña, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, condecorada con la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes el mismo año que se la entregaron a Joaquín Sabina y Julián Marías, experta en cerámica de basto y autora de libros y artículos eruditos sobre Goya y Meléndez, que además venía de publicar su primer poemario titulado Falso curandero (2005), me planteó acompañarle en la parte final de una investigación que había comenzado dieciocho años antes y cuyas fuentes remitían a sus recuerdos de infancia de niña de la guerra civil española ante su primer encuentro con una obra de arte espléndida en el Museo del Prado: Las Meninas, o como se llamó en su tiempo La familia de Felipe IV, de Velázquez.

Sólo una persona con especial sensibilidad para el detalle y un afinado interés por los cacharros pudo percatarse de la presencia de un objeto en apariencia insignificante pero situado en la escena central de la pintura, que puede hoy ser escudriñada milimétrica y virtualmente en superalta resolución gracias a la tecnología de Google Earth mediante una visita al sitio del Museo del Prado. La escena capta a las célebres meninas (damas de honor) y a la infanta Margarita en el momento en el que una de ellas, María Agustina Sarmiento, ofrece a la princesa en literal bandeja de oro un rojo y abombado aunque pequeño objeto de barro. Natacha Seseña identifica el objeto de gran estima entre ricas y pobres del siglo XVII; se trataría de un búcaro, con antecedentes americanos, se fabricaba ya entonces en la península ibérica en tierras de Portugal y España.

Excelente investigadora, Natacha, embargada de inquietudes, se ha dedicado a ubicar el búcaro en su época, la del Siglo de Oro español, detectando sus señas en un verso de La Dorotea de Lope de Vega, sin que esté ausente en El Acero de Madrid, La necedad del discreto o Los melindres de Belisa. Góngora haría una referencia a él en Que pida un galán guindilla, Tirso de Molina en La peña de Francia, Quevedo en Casa de locos de amor y Calderón en La devoción de la cruz. Por supuesto que tampoco podía dejar de estar presente en el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha de Cervantes.

Partiendo de los datos literarios y la apreciación al detalle de pinturas, la investigadora desarrolla su tesis tras revisar libros de viajeros, cartas de reyes y nobles, reportes médicos y diccionarios: existió una práctica muy extendida en la España del siglo XVII consistente en comer los barros –otra denominación de los búcaros- a la que bautiza como bucarofagia. Para Natacha: “Comer arcilla ha sido práctica medicinal a lo largo de la historia, pero comer barro cocido en forma de vasija es otro cuento”; es más, nos dice, ingerirlos era pecaminoso y los efectos que se buscaba al consumirlos podían asimilarse a los de una “droga blanda”.

¿Y en tu país comen barro? -me preguntó en una pausa del trabajo-, solemos hablar de Perú y nos hemos montado espontáneamente un par de tertulias en días francos, una primera vez con las fotos que trajo su hermana tras el retorno de su viaje de aventura por Lima, Arequipa, Cusco y Puno; la otra con un regalo que Ediciones El Viso, la editorial que ha publicado su libro, le hizo hace casi un año cuando sacaron a la luz Tipos del Perú. La Lima criolla de Pancho Fierro (2008).

Le conté que la última vez que había comido “barro” fue durante una cosecha de papas huayro en el año 2002 junto a Don Bernardo Bruna y Doña Felipa Quispe, ambos históricos dirigentes de la Comunidad Campesina Collana Chillora de Caracoto, justo antes de venir a estudiar a España. Le informé que es un placer propenso al vicio saborear la huatia caliente, recién salida del horno de tierra, untada con el chacco diluido. Le comenté que quienes comemos la arcilla intuimos que es saludable pero el gusto de consumirla con las papas del altiplano, es como ella dice: “otro cuento”. No se me ocurriría intentar probarla con la insípida patata europea, aunque le traje de mi último viaje a casa una muestra de arcilla comprada en Cusco con meros fines experimentales.

Es que mi amiga Natacha se ha tomado muy en serio lo de experimentar y tratar de entender a cabalidad esa cultura que hay detrás de la ingesta del barro y su librito lo refleja. Hay algo más en su trabajo que confirma otro de los temas que apasiona a la historiadora: la historia de las mujeres. Siguiendo la senda de su Goya y las mujeres (2004) donde nos descubre al genio de la pintura interactuando con celebridades femeninas de la época y humanizado en el trato con su mejor amigo, el vicio del barro resulta una afición de princesas, hilanderas, monjas, moras, nobles, amantes, etc. Una historia recontada y reivindicada a partir de su infantil y emotivo encuentro con las meninas y aquella “vasijilla de humilde barro”, de esa tierra que estaría inscrita en lo más profundo de nuestros primeros orígenes.

http://www.losandes.com.pe/Opinion/20100323/34218.html

1 comentario:

mauricio dijo...

queridísima natacha
que alegría saber de tí
y de tu actividad bloguera
hace un mes me regalaron
tu vicio del barro
y hoy cuando recibo la noticia
del homenaje que te han ofrecido
los alfareros de madrid
tengo la oportunidad de mandarte
este saludo lleno de cariño y consideración
un abrazo inmenso de tu amigo
mauricio